(Todos hemos tenido algún vecino “fogoso”)
tembleques en ambas piernas.
¡Ay…! ¡Sí…! ¡Ya…! Pitos, jadeos…
De amor, palabras eternas,
a voces y sin rodeos.
Sudores, gozos sonoros…
Ese ir arriba y abajo,
esas risas –que son lloros-
mete y saca sin relajo
sudando por los mil poros.
vieja cama de madera
crujen, se quejan, se espantan…
moviéndose de manera
que el cuerpo casi quebrantan.
Chirrían somier y suelo.
La libido resucita
provocando tal revuelo
que algún vecino se excita
La comunidad se asoma
por las ventanas a oír
cómo el marido la “toma”
con tanto ardor y sentir
que, a poco más, la desloma.
Sus sonrisas y miradas
denotan complicidad;
comentando las sonadas
muestras de felicidad
-feroces y entrecortadas-.
Rematan tensa faena
con tan profundos gemidos
que, en noche de luna llena,
de lobos son los aullidos
en tan exótica escena.
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