9/10/10

LA MUJER MANIQUI

Quiero que escuchen, señores,
lo que me ocurrió aquel día
que picaban las calores
¡Menudo bochorno había!
Le rezo a mi virgencita,
que me acompaña y me guía
como camino de flores.
Ya en el tren –acomodado
como los grandes señores-
tranquilidad, fantasía
y a la ciudad me he llegado.
Encuentro una tienda sita
en un tramo de la vía
con aire acondicionado
-ese que uno necesita
cuando el sol le ha trastocado-
y le hago, pues, la visita.
La ropa que ando buscando
veo que está en su interior.
Entro y me quedo pensando:
“Esa joven tan bonita…
¡Qué sola se está quedando
dentro del aparador!
¿A quién estará esperando?
¿Qué busca o qué necesita?
¿La acompaña algún señor?”
Me acerco apuesto y ligero
y le digo: “Señorita:
que me ayude a encontrar quiero
lo que he venido a buscar.
Además de inexperiencia
tengo muy poca paciencia
y yo quisiera comprar
un traje de caballero,
la camisa, la corbata
y –si me llega el dinero-
la invito a usted a tomar
un café con crema y nata
o lo que guste mandar”.
Su silencio me incomoda
y su mirada perdida
me está queriendo indicar
que quizás meta la pata
si llegara a insinuar
que busco noviazgo y boda.
Pero yo no me amilano.
Con actitud decidida
me acerco a ella un poco más,
cojo su mano extendida,
pongo encima la otra mano…
¡¡La siento fría y sin vida…!!
Noto que todo es en vano,
doy dos pasos para atrás,
miro hacia lo dependient
es,
sonrío, enseño los dientes
y sin demorarlo más
me marcho de aquella tienda.
Es terrible cuando sientes
vergüenza por la tremenda
y gran equivocación
que he cometido yo aquí,
declarando mi intención
a una mujer-maniquí.

 

   






                       Luis Arranz Boal


 

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